Bitácora de un viaje por el cáncer. De un viaje que no va a matarme, que no va arrastrarme. De un viaje que es más bien una piedra en el camino, en éste que me mantiene entre el estar y el ir.



lunes, 6 de septiembre de 2010

De la huída y el hallazgo

Dije que iba a ir de atrás hacia adelante así que doy un salto de rana de un par de meses.

No estaba yo en el mejor momento. Por alguna razón todo parecía costarme. El trabajo, en vez de vivirlo con la dosis de adrenalina que me despierta cada mañana, lo veía como una pesada carga. La casa de Portobelo, inalcanzable. Mejorar la dieta, hacer algo de ejercicio, una utopía. Por segunda vez en mi vida decidí dejar de lado el trabajo y hacer de mi capa un sayo por, al menos, tres meses. Y así se lo dije a mis jefes y a mi familia y a mis amigos: "me voy del mundo un rato, luego nos vemos".

Dos días antes de empezar la huída se produjo el hallazgo. Me lo noté de casualidad, salió para avisarme al secarme de la ducha y no volvió a aparecer. Me gusta pensar que ahí estuvo la mano de mi madre. Y es que tengo un grado de religiosidad similar al de una niña de tres años: mi madre está ahí arriba viendo en qué andamos y si tiene que intervenir, lo hace sin mayor problema. Esa es mi imagen del más allá, de la vida después de la muerte, de la reencarnación, del nirvana y de todas las demás variantes. Pero, como asumo que si las cosas de la fe fueran tan simples no hubiera habido motivos para tanto enredo en la historia, tantas guerras, divisiones, palacios episcopales, budismo californiano, tiendas de souvenirs y muros de lamentaciones, viéndome el nivel, no me queda otro remedio que declararme “mujer de poca fe”.

Así que permitidme creer que el bulto surgió como un aviso, pero no os dejéis llevar por la fe. Os lo aseguro: es mejor una mamografía. Y no hacérsela y no cuidarse y abandonarse a su suerte es, como diría Marta, un problema de autoestima. Y por eso le agradezco tanto a ella, a Gina y Ane que me dieran las pautas y sin alarma pero sin “relajo”, me pusieran en ruta. Quién sabe si, como otras veces, hubiera estado enfrascada en una idea, en un proyecto, me hubiera prestado alguna atención. Quién sabe si hubiera ido estando sola. En la parte de atrás de la conciencia, y aunque avergüence decirlo, tengo esa duda. Me hubiera parecido una “ñañería” preocuparme, cosa de flojas. Eso de los controles periódicos me suena tan a burguesas adineradas e inactivas... Mejor veo si me molesta y en un tiempo me lo miro. La diferencia entre un tiempo y otro es, nada más y nada menos, que la vida.

Y en menos de una semana, cirugía y el milagro de la reconstrucción. Esto merece reflexión aparte. Nunca he experimentado que algo -diría alguien- tan banal, pudiera formar parte de la esencia. Te quitamos el pecho pero lo volvemos a rellenar. Despertarte con volumen, con tus pecas, con la piel que reconoces, aleja cual sortilegio la palabra cáncer de la cabeza. Y creo que, desde entonces, no he dejado de sentir el privilegio. El de estar cubierta por un seguro, el de que el dinero no sea un tema, el de tener a mi alcance toda la ciencia. Tantas mujeres muertas, tanta tristeza... Si fuera actriz o cantante de conciertos, defendería cual soflama: ¡Sí a la mamografía! ¡Sí a la cirugía estética! No al total, no es lo importante. La vida es mejor con formas, con bultos. La vida, es mejor con tetas!!.

Así que estando, como os decía, en fase de encefalograma plano cuando se confirmó el resultado, aunque se me nublaron los ojos, sentí una especie de liberación, casi, casi un poquitín de alegría. Era como si algo justificara mi estado y como si ese algo marcara el antes y el después que estaba buscando. De ésta, me cuido, de ésta decido qué hacer, de ésta descanso.

Y así pasé las primeras semanas (el contacto con el estoy enferma, llegó después): alegrándome de estar convaleciente, de estar cuidada, de haberme enterado a tiempo y sintiendo sorprendida como la vida y el cuerpo, me están mostrando el camino sin que intervengan, como pensaba, neuronas, reflexiones ni libros de autoayuda.