Bitácora de un viaje por el cáncer. De un viaje que no va a matarme, que no va arrastrarme. De un viaje que es más bien una piedra en el camino, en éste que me mantiene entre el estar y el ir.



viernes, 26 de agosto de 2011

Life after cancer...

Mi hermana Pilar me ha recordado que hoy hace un año, empecé a meterme “la bomba”, y por lo tanto un año que abrí este blog. Hace también varios meses que dejé de escribir nada en él. Pensé que el final de la quimio era suficiente motivo como para cerrar este episodio de la vida, que el tener ya bien poblado de pelo la cabeza, cejas y pestañas era la señal de que esto debía de acabar y me equivocaba. El tumor, con todo lo que nos trajo, dio inicio a lo que voy a llamar, para hacerme la bilingüe, “life after cancer”.
Y es que la “vida después del cáncer” es cada día y no sólo porque tengo el recuerdo muy cercano y el miedo todavía metido hasta el tuétano sino porque lo que reflexioné y  aprendí desde la “parada técnica” del año pasado, no ha dejado de ocupar mi cerebro cada día, cada pedacito de día.

¿Y qué fue eso tan importante, esa luz al final del túnel que encuentran, según los libros, aquellos y aquellas que han sufrido un trauma? Sencillo, camaradas, muy sencillo. He descubierto pero, sobre todo, he incorporado a mi vida un par de ideas. La primera: es más probable que yo me muera de un cáncer (o de un accidente de tráfico para hacerlo extensible incluso a los que tiene  una genética poderosa) a que me muera de hambre. Ya, ya sé que hay millones muriéndose ahora mismo en Somalia pero en mi entorno, en el que tengo ahora y del que proviene la historia de toda mi familia, el hambre no nos ha matado. Algunos pasaron frío en el seminario, disfrutaban de naranjas sólo en navidad o apoyaban la nariz llenando de vaho el cristal de una pastelería en la España de la postguerra pero hambre, lo que se dice de hambre, no se ha muerto nadie. Y en cambio, ahí me tienes, preocupada desde que recuerdo por el futuro, por el “de qué voy a vivir” o quién me pagará la suficiente para satisfacer mis necesidades, mi “hambre”, en vez de preocuparme por lo que me somete, estadísticamente, a un mayor riesgo: el cáncer. Qué error, maripili, qué error!

La segunda “poderosa” idea en mi cabeza es la de la “finitud”. Todos sabemos que esto se acaba, que vinimos para irnos y que no tenemos ninguna certeza, ni ligera siquiera, de que después de esta vida, haya otra a la que merezca la pena llegar cuanto antes. Pero se hace tremendamente presente cuando superas los ochenta o cuando te dicen: señora, lo suyo no es ni Leo, ni Capricornio, lo suyo es Cáncer. A partir de ese día, una tremenda sensación de que esto se acaba invade mi cabeza; algunas veces de manera protagónica y otras, agazapada pero presente. Y me parece que todo es tan fugaz, que esta vida es tan efímera. ¿Cómo que ya he vivido la mitad? ¡Si estoy como empezando!

Estas dos ideas se han confabulado de tal manera que me han hecho tomar alguna decisión, por un lado la de cuidarme y por otro la de esforzarme en lograr que mi vida sea no sólo larga sino lo más plena posible. Y para prepararme para tal cambio he dejado el trabajo. Si, como lo oyen. Es tal la inercia que tengo de postergar todo por el “bien supremo”, el trabajo, que me dificultaba demasiado entrar en otra dinámica así que ni corta ni perezosa le dije adiós a veinte años de ir a una oficina. Me tomaré unos meses para aprender a vivir mejor y luego volveré a la carga (imagino, porque dinero para vivir sin volver, no tengo y a la lotería no juego…). ¿Cómo ven?

Así que, inspirada por mi amigo Jokin, con el que comparto angustias del presente y optimistas planes de futuro, voy a trabajar sobre la base de algunos indicadores que se adapten a mi vida en los tres pilares del Índice de Desarrollo Humano (un producto intelectual del PNUD, mi casa de los últimos diez años): Vida larga y saludable, conocimiento e ingresos decentes. O sea, que quiero vivir mucho y bien, disfrutar de las cosas que me desarrollan el cerebro (y que van desde volver a leer libros que me entusiasmen hasta reírme a carcajadas) y buscarme el sustento que permita tener una vida decente, ni un dólar más, ni una hora más entregada a esa tarea. 

Así que he empezado con eso de cuidarme, sin prisas pero sin pausa. Y creo que a ir regularmente a un gimnasio aunque tenga que lidiar con expresiones tan espantosas como “llega la operación bikini”, o cómo “modelar el cuerpo” o cómo quitar esos “kilitos de más”. Qué versión más machista, utilitarista y anticuada del cuerpo!! ¿No resulta repulsivo que alguien te hable así? ¿No se puede animar con algo más integral, más acorde con lo que una tiene en la cabeza, con eso de “la vida larga y saludable”? En fin, que es ese otro tema y ya me he enrollado suficientemente por hoy.

Os dejo. Si os parece seguiré contando cómo avanzo pero de entrada ya adelanto que se vive estupendamente, pero que muy bien, centrada en esta nueva tarea. Lástima que no nos paguen por ello…
Ah! Y ya saben, en el mundo de la comunicación digital es fácil de pulsar “delete” así que cualquiera que se sienta invadido por este blog, que pulse, pulse delete!!